El bosque, los niños y ¿un mal común?

Durante la época de vacaciones escolares suizas, que son muchas repartidas en el año (oscilando entre cinco y seis períodos) tanto escuelas, iglesias, clubes y entidades privadas, ofrecen a los niños infinidad de posibilidades de participar de actividades diarias, campamentos, viajes y excursiones. Los hay de baile, música, deportes, idiomas, etc. Generalmente comienzan en el último año de jardín y continúan durante la primaria y secundaria. A medida que los niños crecen, en lugar de ser actividades diarias, son semanales y generalmente a unos cuantos kilometros de casa. Suelen ser accesibles monetariamente para que puedan participar aquellos niños que no puedan irse de viaje.

En estas vacaciones nos quedamos en casa

Hace unas semanas, mientras intentaba conciliar y compatibilizar las vacaciones de primavera escolares (dos semanas y media) con el cuidado de los nenes, surgió la posibilidad de que Matteo asista a un grupo de «bosque» durante tres días. Esto quiere decir, pasar varias horas al día en el bosque, investigando, jugando, aprendiendo.

El bosque, su lugar en el mundo

Matteo es un niño super creativo, con una imaginación a toda máquina, que encuentra en la naturaleza las herramientras que le permiten volar con sus pensamientos, donde puede crear, investigar, buscar, observar, aprender de manera constante. Es por ello que un campamento en el bosque era una gran alternativa para sus vacaciones. Por supuesto, antes de apuntarlo, lo consultamos con él. Muchas veces nuestras “super ideas” no son siempre bien recibidas, ni con el interés que creíamos que podría llegar a tener. Pero en este caso, el interés estaba y las ganas también. Un buen mix.

El problema no es el bosque, son sus habitantes

O al menos, algunos de ellos. O mejor dicho aún, las famosas y odiadas «garrapatas»o denominadas en alemán como «Zecken». A quien me lea desde el Hemisferio Sur y este pensando cómo soy capaz de temer a una garrapata, quizás cuando acaben de leer el texto terminen temiéndoles también, o al menos, no me considerarán una exagerada. Aquí les dejo un breve relato sobre la «pesadilla» suiza que nos azota cada verano boreal.

Esos minúsculos arácnidos al que tanto le tememos

Las garrapatas, en especial, las de este área geográfica (Alemania, Suiza, Austria) no solo atacan a los animales, sino también a las personas. Hasta ese punto bien. El problema radica en que son transmisoras de enfermedades, que pueden, en casos excepcionales, ser mortales. Entre ellas, la meningo-encefalitis (siglas FSME en alemán) para la cual existe una vacuna, que son tres dosis y que debe renovarse cada 3-5 años. Asimismo son también transmisoras de la enfermedad de Lyme, conocida como Borroliose, para la cual no existe vacuna y se debe llevar a cabo un tratamiento con antibióticos. Las consecuencias de esta enfermedad en caso de ser fuerte y de no ser tratada son terribles.

El riesgo de que te pique

una garrapata en esta zona no es alto, es altísimo. Vivimos en lo que llaman “zona de riesgo alto” y basicamente abarca la mayor parte del país. Habitan en pastos altos (hasta metro y medio) y generalmente están al acecho desde marzo hasta noviembre. Les gusta vivir en zonas húmedas, por lo que los bosques son su lugar en el mundo. El de los niños, también.

Y como no podia ser de otra manera


Hace dos veranos, un amiguito de la guardería tuvo la gran idea de celebrar su cumpleaños en el bosque. Para mi, una pesadilla, para Matteo y el resto de los niños, el mejor plan. Como tan mala madre tampoco soy, dejé de lado mis miedos, le apliqué el spray anti garrapatas de pies a cabeza y por las dudas, de cabeza a pies y lo dejé ir. Nosotros también estábamos invitados, por lo que me permitía cada media hora, disimuladamente (quizás ¿no tanto?) chequear la situación, entiéndase como, revisar detrás de las orejas, de las rodillas, axilas, etc. Todo parecía ir marchando de maravilla. Pero, dos sucesos cambiaron el rumbo. Uno, error exclusivamente mío. Era pleno verano, principio de agosto, aproximadamente 35 grados a la sombra. Me negué a vestirlo con pantalón largo y camiseta manga larga (que es como se recomienda mantener a esos bichos alejados de uno). Segundo suceso: veinte minutos antes de que finalice el cumpleaños, se armó la búsqueda del tesoro y no se les ocurrió mejor idea que colgar el tesoro de un árbol, en el medio de los pastizales. Se los resumo: treinta minutos después, en casa, desnudó y listo para ser examinado, dos garrapatas, una subiendo por su pierna y la segunda que ya había cumplido con su objetivo. Estado actualizado en ese momento: Yo con ataque de pánico, Matteo llorando (probablemente por verme a mi histérica) y Mitja, con tranquilidad y pulso de acero, pinza de garrapatas en mano (si, existen unas pinzas especiales para tal fin) logró sacarla sin cortarle la cabeza (muy importante). Marcamos la zona de picadura con un círculo para observarla en las próximas semanas (en caso de que se forme un círculo que crece a medida que pasan los días hay que llevarlo al médico para que le receten el antibiótico adecuado). Pero como hay que intentar encontrarle el lado positivo de las cosas puedo decir que: *Pude ver na garrapata en vivo y directo (son repulsivas, pero mínimas mientras no hayan succionado demasiada sangre) *Aprendí como sacarlas (aunque rezo que no me toque nunca jamás hacerlo – por suerte mi vecina es enfermera) *Lo mejor de todo: no era transmisora de ninguna enfermedad. De todos modos para que trasmita la enfermedad de Lyme precisa estar bajo la dermis entre diez y trece horas. Por ello, es de mucha importancia revisar a los niños cuanto antes. Nuevo estado: Invictos!

Retomando el tema

Por eso, ante la posibilidad de mandar a Matteo al bosque tres días voluntariamente, me surgieron varias dudas. Por un lado, Matteo va con su jardín una vez por mes al bosque, en los llamados Waldtage. Por otro lado, la llamada e invitación de mi amiga me colocó entre la espada y la pared. Por un lado quería decir, no, ni loca lo expongo a las garrapatas voluntariamente- por otro lado, era consciente que estaba siendo muy egoísta. Esa noche, al hablarlo con Mitja, me dijo; si fuera por mí, tampoco lo mandaría voluntariamente, pero vivimos acá y es nuestra realidad, no podemos prohibirle todas esas aventuras que solo se tienen de chicos en la naturaleza. Yo crecí entre garrapatas y bosques y son mis mejores recuerdos. Esas fueron sus palabras. No había mucho más que agregar.

Verlo tan feliz

preparando su mochila para llenarla de momentos y descubrimientos fueron una caricia al alma. Me sirvieron para darme cuenta que estaba haciendo lo correcto. Su cara al volver, con su palo tallado en forma de lanza y el orgullo de haber podido usar su propia Victorinox (si les interesa les voy a contar en Instagram un poco más sobre el uso de navajas y los niños aquí) no tienen descripción, me faltan las palabras. Ayer cuando lo fui a buscar me dijo, mami después de las vacaciones de verano hay otro curso, ¿me anotas? Por lo que la historia continuará. Estado actual: llevamos dos días de bosque y estamos libres de esos arácnidos espantosos.

Y a ustedes, las madres argentinas, latinas-suizo/alemanas, ¿les tienen también tanto pánico a las garrapatas como yo?

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Acompañando a volar

Ser padres es la tarea de mayor responsabilidad que asumimos los seres humanos. Es también el acto de amor más extraordinario que existe. Desde el principio de los días los padres han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo y crianza de sus hijos. Sin embargo, no solemos estar preparados para soltarles. Soltarles y dejarles volar implica aceptar y respetar sus tiempos y sus incertidumbres. Como padres sabemos que nuestra tarea principal es prepararlos durante mucho tiempo para ese vuelo inicial , ofreciéndoles las herramientas, brindándoles un compás. Es enseñarles a comprender la importancia que tiene la dirección del viento y que muchas veces el Norte no está siempre delante nuestro. Es darles las alas y advertir cuando se avecina el momento en que las desplegarán y se darán al vuelo. Y allí estaremos, presentes, por si hay que ayudar a acomodárselas. Y los dejaremos volar.


Soy una madre gallina

Lo digo orgullosa, soy una madre protectora, soy una madre presente, fui una madre muy miedosa (digo fui, porque lo estoy cambiando). También se reconocer cuando me equivoco, cuando me paso. Como toda madre primeriza, con Matteo fui un poco más que solo madre protectora, fui muchas veces, una madre (SOBRE)protectora. Y no me avergüenzo en reconocerlo, no porque crea que está bien, sino porque considero que todos los padres somos novatos en esto, que a veces, algunos aspectos nos quedan grandes, que nos equivocamos a diario, y que junto a ellos, aprendemos. Eso me decía mi madre siempre: Hija, no nací siendo madre, estoy aprendiendo con vos. Lo mismo le repito a mi hijo. Y no hay verdad mas verdadera que esa. Todos los padres queremos lo mejor para nuestros pequeños. Y algunas veces lo que creíamos lo más conveniente, no lo es. O viceversa.

Y como buena madre gallina

Era la que iba detrás de él cuando se subía a un tobogán muy alto, cuando con año y medio subido a tu monopatín bajaba por la calle donde vivíamos, o la que estaba al segundo a su lado consolándolo cuando se caía, la que le ponía un body extra por las dudas o la que intentaba que no se meta nada en la boca cuando íbamos a una casa ajena. Pues sí, así era con Matteo. Y no lo soy con Malena. La dejo intentar y experimentar, la dejo caerse y levantar. La observo pero no le estoy encima. Es que es la segunda y, si, a mí que no me digan otra cosa, otra crianza que reciben (y esto será tema de otro post)

Cuando un día de febrero de 2017

recibimos la carta del jardin para informarnos que Matteo comenzaría ese agosto su primer año de Kindergarten, lo cual implicaba:

* Compartir ciertas decisiones sobre la crianza y educación de mi hijo con una institución, con personas que no conocía, que no me conocían, ni mucho menos a mi hijo. En este punto quiero recalcar que en Suiza los niños en edad escolar no pueden, por ejemplo, ausentarse durante el periodo lectivo, es decir, no puede uno como padre simplemente sacarlo de la escuela para irse de vacaciones. Se tiene una cantidad de días «comodines» que se pueden usar sin dar justificativo (por ejemplo en Canton Zurich, son 4 días en dos años lectivos).

* Los niños van y vuelven caminando al jardín. En muchos casos, hasta más de un kilometro, cruzando avenidas, bosques, etc. Era algo que me atormentaba.

* Y aceptar que mi pequeño, ya no era tan pequeño.

Un tsunami de sentimientos

se apoderaron de mí. Hoy no puedo explicarlo racionalmente. Pero si me dejan, puedo hacerlo desde lo emocional. Matteo era hijo único, hacía 4 años y medios que compartíamos el día entero juntos (exceptuando los dos días que yo trabajaba), que era mi eje, mi vida misma. Como a muchas de ustedes les pasará, cuando estamos viviendo «solas» en el extranjero, sin nuestra familia, de pronto ese «hijo» es tu única familia (entiéndase como familia de sangre) y te aferras incondicionalmente a ese amor que de por si ya existe.

Esa carta me sacudió

puso de patas para arriba mi mundo. Me sacó de mi eje, me descolocó. No podía decir que me había agarrado desprevenida, sabíamos desde que nació cuando comenzaría el jardín. Pero ahí estaba, llorando por los rincones, literalmente. No tenía una justificación a mis emociones. Matteo iba a una guardería, yo trabajaba, no iba a ser la primera vez que nos separábamos.

Y comprendí

que lo que sacudía mi interior tan ferozmente era hacerle frente a la idea de que era momento de acompañar esos primeros intentos de vuelo, era su momento de comenzar a desplegar sus alas. No volaría inmediatamente, pero iba camino a dar sus primeros intentos. Que mi rol, mi papel en su vida iba a tomar otro rumbo, desde otro nivel. Ahora me tocaba aprender a guiarlo y acompañarlo, de cerca, cuando pudiera, y que en algunas situaciones me tocaría desde lejos. Que habría otros acompañantes de viaje, ya no éramos solo mamá y papá. Pues si, era yo quien debía reencontrar mi norte, buscar mi brújula y era momento de empezar a dejarlo volar. Sus primeras horas de vuelo habían llegado. Era momento de dar sus primeros pasos en el que iba a pasar a ser su nuevo mundo, donde debería desempeñar un nuevo rol y yo debía dar un paso al costado. Debía comenzar a soltar.

Y como fue un gran evento (y coincidió con su cumple) su abuela vino a su primer dia de Kindergarten – agosto 2017

Volando alto

Sus alas crecen a medida que crecen sus pies y me toca comprar zapatillas nuevas cada dos por tres. Da sus pasos solo a diario a su jardín, invita a sus amigos a casa y determina muchas cosas en su vida. Es feliz en su nuevo mundo, donde se adapto de maravilla, donde formó su grupo, donde está con sus pares y donde pasa unas cuantas horas de su día. Y ahí estoy yo, acompañándolo, apuntalándolo, escuchándolo. Presente para cualquier duda de vuelo que surja.

Y como «no hay uno sin dos»

Y el resultado de ese remolino emocional que comenzó el día en que esa famosa carta fue dejada en nuestro buzón, hoy tiene dieciséis meses y un día, una cara de pícara terrible, unos ojitos preciosos ¿qué más decir? Si es la alegría de nuestro hogar y se llama Malena Aurelia. Como verán, como quien no quiere la cosa…

Malena con 9 meses – Julio 2018, Italia

Volver a trabajar me llevó a tener un Máster en Tetris

Conciliar no es tarea simple – en ningún caso.

En Octubre del año pasado decidí volver a trabajar. Malena tenía diez meses. Sabía que encontrar el puesto perfecto en el que pudiera compatibilizar ser madre y trabajadora no iba a ser fácil, pero que al final lo lograría, porque trabajar jornada reducida o part-time es bastante común en Suiza. De hecho, la mayoría de las madres (y también en muchos casos, los padres) lo hacen. A veces por deseo propio, a veces porque no queda otra solución.

Dos meses después

Estaba sentada en mi nueva oficina. Si, la búsqueda fue mucho más rápida de lo que creía en un principio. Y eso llevó a unos cuantos días de muchos nervios previos a comenzar. Porque a pesar que el deseo de trabajar y lograr un equilibrio entre nuestro hogar y el trabajo son superiores a los problemas que puedan surgir, las dudas me atormentaban (como se que les pasa a muchas de ustedes) ¿cómo íbamos a organizarnos? ¿Que días me tocaría trabajar? ¿Tendría capacidad horaria la guardería? ¿Me acostumbraría a dejar a los dos peques? Estas y muchas otras preguntas nos quitaron el sueño durante unos cuantos días.

En Suiza

la escolaridad obligatoria comienza a los 4 o 5 años, dependiendo del cantón en el que vivas. Por eso, y porque las guarderías tienen una lista de espera larguísima, te recomiendan anotar a tu hijo mientras estas embarazada. Si, LEYERON BIEN, durante el embarazo. Por supuesto, esto lo aprendimos durante el embarazo de Matteo. Así que con Malena ya éramos expertos en el tema. Para asegurarnos la plaza, ella comenzó con 8 meses la guarde. Una vez por semana, todos los lunes. Pero, como estaba claro que iba a suceder, el que iba a convertirse en mi jefe me informó que trabajaría los miércoles y viernes. Y por supuesto, los miércoles la guardería no tenia plaza. Y a todo esto, nos faltaba encontrar solución para Matteo después del jardín. Para los dos días.

Existen las hadas madrinas

Y cuando estaba a punto de darme por vencida y creyendo que no habría otra opción mas que quedarme en casa sin trabajar por un tiempo más, la mamá de un amiguito de Matteo me envía un WhatsApp donde me comenta que a partir de ahora es «Tagesmutter» y que si tengo interés, podría cuidar de mis dos M’s (Malena y Matteo). Si, ya sé, se los prometí. Aquí les cuento quienes son las Tagesmutter.

Tagesmutter (aka Hada Madrina)

Es una persona que cuida de tus hijos mientras trabajas, al igual que cualquier niñera, pero con dos grandes diferencias. Lo hace en su casa (y si, para mí esto era tema tabú y de hecho lo aceptamos, porque, antes que la Tagesmami de nuestros hijos, es la mamá de un amiguito y nos conocemos hace tiempo) y puede cuidar de tus hijos pero también, al mismo tiempo, de otros nenes (que no es nuestros caso). Así que con ella teníamos solución para los miércoles.

¿Y los viernes?

Para los que quieren saber, los viernes Malena va todo el día a la guardería y Matteo desayuna en casa de su Tagesmutter, vuelve a casa a almorzar, donde lo espera una abuela postiza (otro hada madrina nuestra) que lo cuida toda la tarde – a veces- haciendo muffins, a veces jugando al futbol, mirando pelis o yendo a la biblioteca. Esta señora también es quien nos saca muchas veces las papas del fuego. Está siempre lista para ayudarnos. Y no hay palabras de agradecimiento para ello.

Matteo en su primer día de Kindergarten

¿Lo vale?

Sí, claro que lo vale! Quiero que mis hijos crezcan sabiendo que las mujeres y los hombres tenemos los mismos derechos a tener las mismas posibilidades de hacer, de desarrollarnos – personal y profesionalmente, de crecer. Indistintamente de nuestro género. También sé que aun no existe una conciencia conciliadora de respaldo a las madres trabajadoras. Queda mucho por hacer. Pero trabajando y cuidando de ellos es el mejor ejemplo que puedo darles, que puedo transmitirles.

¿Qué si se presentan imprevistos? Sí, claro, a diario, pero que no son motivos para tirar la toalla. Que conciliar es difícil, que se nos exige demasiado, sin lugar a dudas, pero vale la pena intentarlo.

¿Cómo se las arreglan ustedes para conciliar?

Viajar sola, por primera vez, en muchos años

Dar el primer paso a un viaje sin niños no es tarea fácil. O al menos, no lo fue para mí.

Tuvieron que pasar muchos años

Hasta que me animé a subirme a un avión sola. De hecho, la primera vez fui casi obligada, por trabajo. A Estocolmo, 48 horas. Aún recuerdo lo dura que fue la despedida de Matteo en el aeropuerto. Muchas lagrimas de por medio, ESE MIEDO aterrador que nos invade. Ese miedo a lo que pueda suceder. Mejor no pensar, nos decimos. Esa fue mi primera experiencia (sin contar la vez que me fui por una noche, en coche, a Francia con un amiga. Matteo tenía 18 meses y a mi regreso me ignoró por un día entero) No fueron, lo que digamos, experiencias del todo positivas.

Pero había llegado el momento

Fue hace unos meses, en Enero para ser explicita. Mi amiga se había mudado a Londres y estaba embarazada. Quería verla en ese estado, no quería perdérmelo. Pero no me animaba, daba muchas vueltas. Primero iba a ir en Noviembre, después en Diciembre. Estábamos en Enero y yo no me había movido de Suiza. Un día, Mitja, probablemente cansado de mis vueltas y de las veces que, supuestamente, había estado a punto de comprar el pasaje, me dijo: No dejes pasar más el tiempo, te conozco y después vas a terminar lamentándolo. Y, sí, eran exactamente las palabras que necesitaba escuchar. Normalmente no actuó bajo presión, ni tampoco necesito que me den ultimátums para hacer algo, pero en este caso sí.

Miedo ¿a qué?

Me reconozco como una persona racional, madura, adulta, con conocimientos de la industria de aviación (trabajé muchos años en diferentes aerolíneas) también como una viajera apasionada, con muchísimas millas voladas. Sin embargo, la idea de subirme a un avión sin mis hijos me paralizaba. Y si sucede algo y mis hijos crecerán sin su mamá (si, lo sé, no somos imprescindibles, pero las mamás que me están leyendo seguramente me darán la razón, el pensar en que nuestros hijos no crezcan a nuestro lado es la peor pesadilla que podemos tener las madres). Sí, lo sé, lo mismo puede suceder al subirnos a un coche o al tren. Estadísticamente, es más probable que pase algo en cualquier medio de transporte antes que en un avión. Pero ¿a quién le importan las estadísticas cuando se tiene miedo?

Viajar en avión nos hace vulnerables

Es dejar en manos de un extraño tu vida. Es un pensamiento muy fuerte, del cual no somos conscientes: otra persona toma, por una razón de 50 min o 13 horas, el mando tu vida, toma decisiones por vos; quedando uno relegado al plano de espectador.
En mi caso, la rutina, el stress de las corridas antes y después del trabajo, la necesidad de reencontrarme conmigo misma, con la Ana Laura mujer y las ganas de ver a mi amiga, fueron, en esta ocasión más fuertes y más grandes que el miedo mismo. Pero también, la idea me rondaba hace mucho por la cabeza. La fui trabajando, elaborando, pensando. Hasta que maduró (o maduré yo) y me animé a dar el primer paso.

Con mi amiga (Richmond Park, London – Enero 2019)

Lo valió a cada instante

Inclusivos los nervios de la noche anterior, la espera en el aeropuerto y la hora de vuelo que separan a Zurich de Londres. Fue una experiencia muy positiva (incluidas las 9 horas dormidas sin interrupciones, es decir, pude dormir a pierna tendida una noche entera!). Fue un reencuentro necesario con la Ana Laura mujer. Fue volver a ENCONTRAR tiempo para mí misma, tiempo para la amistad. Fue volver a tener una charla de adulta ininterrumpidamente, fue pasar dos días sin horarios. Pero también me sirvió para darme cuenta que, a pesar de Matteo enfermó el sábado por la noche, pude dormir. Y, aún más importante, pude disfrutar de mis 46 horas en Londres, despreocupadamente. Matteo estaba en las mejores manos que podía estar (otro aprendizaje) y yo estaba donde quería estar (aceptar lo que no se puede cambiar es imprescindible para poder aprender a disfrutar de las oportunidades que nos da la vida).

Y como quien no quiere la cosa

Me propuse viajar al menos una vez al año, aunque sean solo dos días, sola. O acompañada de una amiga. O a visitar a alguna amiga expatriada. O ir a un viaje de compras. O a un mercado de Navidad. O encontrarme con mis hermanas en algún lugar. O o O.

Viajar es liberador, es sano, es necesario. Es una de las cosas que más disfrutaba antes de ser mamá. Algo que llevaba ya relegado muchos años (más de cinco) y que vuelvo a retomar.

Ustedes ¿ya se animaron a volver a viajar solas?

Vivir lejos de casa

A 13.000 kilómetros de distancia y con un océano de por medio

Cuando terminé mis estudios en Argentina decidí venirme a Europa por un par de ¿meses? ¿años?. La verdad, no lo sabía en ese momento y menos lo sé ahora. Había estudiado Turismo y solo ansiaba recorrer el viejo continente.

El destino

me llevó a Palma de Mallorca, quien también hizo de las suyas con Mitja, mi marido y allí nos encontró. En un piso compartido, en la calle Manacor. Él, como estudiante de Erasmus. Yo, trabajando para la ya olvidada Spanair. Y, el resto, se puede resumir así:

Llevo viviendo en Suiza 13 años. Con sus up’s and down’s. Con sus días soleados y con sus días grises (y no solo en el cielo). Tenemos dos hijos que son miti-miti (mitad suizos, mitad argentinos) como ellos mismos se describen (o al menos Matteo, porque Malena aún no habla) «hasta el ombligo soy argentino y del ombligo a los pies suizo» o viceversa, depende el día. A su corta edad ya tiene que tomar decisiones difíciles, como por quién alentar en el Mundial, la camiseta de que país llevará a su clase de fútbol, etc.

Identidad vs. Integración

Claro que estar tan lejos no siempre es fácil. No sentirme ni de acá ni de allá, tampoco. Vamos, que sentirme, me sigo sintiendo argentina. Pero cuando estoy allá, extraño tantas cosas de acá. Y cuando acá, aún más de allá. Es vivir en un estado de incongruencia constante. En un tirar para un lado la cuerda y aflojar en el otro. En un querer y no poder. En poder y no querer. En el miedo a perder mi identidad, dejar de ser yo. Miedo en adaptarme tanto, pero tanto, a mi nuevo país, que termine por olvidar mis costumbres, mi esencia. Pero también es un sentimiento de mucho orgullo formar parte de otro lugar. Es ponerse la camiseta del otro país cuando nos toca reprensentarlo. Es crecer, es superarse, es aprender, es madurar. Pero también es vivir, constantemente, entre dos mundos.

Son decisiones

pequeñas, casi automáticas, que suceden a diario. Vivir lejos implica perder momentos valiosos con mi familia. Es una pequeña y casi invisible renuncia diaria que tiene como resultado que nuestros hijos no crezcan junto a su familia materna (aunque con mucho contacto gracias a Whatsapp, FaceTime y todas las herramientas que nos ayudan a sentirnos más cerca). Es inculcarles al máximo costumbres y valores que me transmitieron mis padres. Es absorber cada momento al máximo en nuestros viajes. Es aprender a disfrutar del instante. Es cerrar los ojos e inspirar fuerte, fuerte, hasta llenarnos los pulmones cada vez que aterrizamos en Ezeiza. Y es volver a inspirar nuevamente, fuerte, fuerte en cada despedida (que son cada vez más difíciles) para que ese poquito de aire inspirado nos acompañe a superar los primeros días en nuestro país por adopción. Y cuando aterrizamos en Zürich mi corazón vuelve a latir fuerte, porque, en definitiva, llegamos a casa. A nuestra casa. A nuestra rutina y nuestras actividades, sus juegos, sus mundos.

Y me doy cuenta

que esta renuncia silenciosa diaria no es solo personal. Es, de alguna manera, directa e indirecta, una renuncia que hacen muchas personas alrededor nuestro. Pero también me doy cuenta que esa renuncia es una constante en mi vida. Que si decidiera volver a mi país, esa renuncia nos perseguirá. Porque en ese caso, la renuncia sería de la otra parte. Y la de mis hijos, también. Que las despedidas serán igual de duras, que las tradiciones serian impartidas por la otra parte. Y comprendo, que, quizás, sin darme cuenta, la decisión de renunciar a muchas cosas, momentos, familia y amigos, la tomé hace mucho tiempo ya. La tome por mí, la tomé también por muchas personas más. Consciente o inconscientemente. No lo sé.

¿Alguien acaso lo puede saber?

Como organizarnos sin desesperar

Nos pasa a todos. A todos los padres que trabajan. Alguien enferma y debemos, muchas veces en cuestión de minutos, organizar el cuidado de los niños (y en caso de haber mascotas, también). Y hacer esto, sin desesperar, es, a veces, un gran reto.

Hoy ha pasado de nuevo

Lo que nos pasa al menos dos o tres veces por año, pero qué digo, dos o tres veces por estación. Alguien enferma, hay que ir a trabajar (y como suele suceder, mi marido y yo ya tenemos reuniones super importantes, de esos que creemos que no podemos estar ausentes bajo ningún punto de vista) y dentro mío me sucede siempre lo mismo: me convierto en un manojo de nervios (aunque intento recordar a mi profesora de yoga diciendo que hay que mantener la calma) mi cerebro se pone en modo alerta total, se prenden las primeras alarmas de que hay que hacer algo urgente, recibo el kick de adrenalina pura necesario y comienzo a organizar y acomodar (como si del Tetris se tratara) de manera express el día y el cuidado de los niños. Esto, suele suceder seguido, ya nos estamos acostumbrando.

Hoy es un poco diferente…

Pero lo que ha pasado hoy corresponde a mucha mala suerte. La Tagesmutter (que significa madre de día, para las que no viven en un país germano parlante y que ya les contaré quién es en otra entrada) y la niñera (que no es lo mismo) cayeron enfermas el mismo día y me avisaron con media hora de diferencia entre ellas.

¿Pero cómo organizarnos hacerlo sin desesperar?

Hago un repaso mental de quienes tienen el viernes libre con disponibilidad horaria, y claro, que se animen a quedarse toda la tarde con un nene de seis años (lo de su hermana de uno está solucionado, va a la guardería todo el día).  Elimino de un plumazo al menos 3 candidatos. Y por supuesto ni se me ocurre pensar en mis padres y hermanas, que viven a 13.000 kilómetros.  A ellos los dejo para el consuelo telefónico.

Manos a la obra

Llamo a mi amiga, pero mañana cuida de otro niño. Pienso en los abuelos, pero acaban de mandarme un WhatsApp contándome de lo bien que la están pasando en Nairobi con 28 grados (mientras que nosotros aquí bajo un cielo gris, que no para de llover hace una semana) por lo tanto, también descartados. Mi vecina trabaja.

Cuando no hay otra opción…

Sin más remedio llamo a mi marido, quien mañana tiene una reunión impostergable (y debo admitir que las ultimas tres veces se quedó él en casas). Y  como quien no quiere la cosa, me veo mandándole un mensaje a mi jefe y preguntándole si es posible que mañana haga Home Office. Y mientras lo escribo ya estoy repasando mentalmente las pelis y actividades de entretenimiento tendré listas para que mañana Matteo (y yo) pasemos bien la tarde. Después de seguir las instrucciones de mi jefe sobre los programas que debo instalar en mi computadora, estoy lista para comenzar mi primer dia de Home Office en esta nueva empresa.

Un detalle no pequeño

Olvidé comentarles que justo dos días antes tuve una reunión con mi jefe para cerrar el periodo de prueba (si, llevo tres meses trabajando en esta empresa). Es decir, no voy a ir a trabajar en primer día de trabajadora oficial fija indefinida.

Pero es cuando recuerdo

Que no soy la única, esto les pasa a todos los padres que trabajan. Que es parte de ser padres trabajadores, que se trata de conciliar, de intentarlo. Que estamos todos en la misma barca, remándola.  Sí, a veces sirve pensar así.