Primer día de clases

Un recuerdo de una tarde soleada de fines de verano, precisamente un lunes de marzo de 1990, en una ciudad del Alto Valle de Río Negro, ronda hace días por mi cabeza. Quizás es un recuerdo mezclado con la imagen fotográfica que tengo de ese día. Tenía casi seis años. Iba acompañada por mis padres. Supongo también que irían mis hermanas, quizás mis abuelos. Tendría a miedo, ansiedad y miles de mariposas en el estómago. Era el comienzo de algo mágico, de un mundo desconocido hasta ese momento. Serían muchos años de recorrer submundos, de aprendizaje, frustraciones, de felicidad, juegos, amistades, maestros, cambios. También viene a mi mente lo mucho que me gustaba ir, lo bien que la pasaba allí, en la escuela.

Mi primer día de escuela, en 1990

Hoy, el que comienza casi 30 años después la escuela, es mi primer hijo. Pero los sentimientos son casi los mismos que hace tres décadas. Ahora es su turno de incursionar por esos submundos nuevos, de juegos, lecturas, conocimientos, descubrimientos, experimentos, etc. Ahora él es el gran protagonista de vida y probará diferentes roles, hasta que descubra en la piel de cual mejor se siente. Y nosotros como padres pasaremos a ser sus más grandes espectadores.

Hay una frase super trillada que usamos todos los padres, que es inevitable no usarla en estos días, pero, la verdad es que no sé en qué momento creció tanto mi pequeño gran hijo. Últimamente me encuentro revisando fotos viejas en mi celular, de sus primeros años de vida. Y le miro y veo esa carita de niño pequeño, de casi bebé. Supongo que en etapas de tantos cambios, como esta que estamos viviendo, es cuando nos tomamos un tiempo para reflexionar y darnos cuenta de cuanto camino hemos recorrido, de cuanto hemos vivido. Es que, la verdad, no pasaron tantos años, pero ha pasado tanto en la vida de ellos.

Hoy lo hemos acompañado a dar su primer gran paso en la escuela. Fue una mañana muy especial. Anoche no podía dormirse, tenía tanto miedo. Hoy se ha levantado nervioso, con mucho mix de sensaciones. Estaban todos iguales, los 22 nenes de la clase. A pesar que normalmente son de voces fuertes, la sala estaba en silencio. Hasta los más revoltosos no se movieron de sus asientos. La incertidumbre y las expectativas eran muy altas. El miedo en algunos se reflejaba en sus ojitos, inclusive en las lágrimas de unos pocos.

29 años después, mi hijo Matteo

Pudimos quedarnos con ellos durante una hora, que fue de lo más interesante. Cuando me acerqué a saludarlo, me dijo simplemente, chau mami. Y me fui tan feliz de dejarlo feliz, en ese lugar que formará parte de su vida, de su rutina. Donde ocurrirán situaciones mágicas, donde compartirá secretos y momentos con amigos, donde armará alianzas, donde asumirá responsabilidades, donde buscará su lugar y su rol. Supongo también que aprenderá que un tropezón, no es caída y si hay caída, hay que levantarse. Donde tendrá que valerse por el mismo, porque mamá no estará siempre para ayudarlo y la maestra tendrá muchos otros niños más que cuidar. Vamos, la escuela de la vida misma.

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El final de un ciclo…

Llega el fin de un año escolar

Y nos atiborramos de fiestas de toda clase. Fiesta en la escuela, en fútbol, en danza, presentaciones de todas clases. Asados (barbacoas) con los vecinos, con los padres del jardín, etc. Se necesita prácticamente una agenda aparte para tantos eventos. Y un grado de flexibilidad, logística y predisposición también.

Aunque el verdadero

significado es mucho más profundo, más intenso. En nuestro caso, nuestro pequeño gran Matteo termina su primer ciclo escolar. Una etapa importante en su vida. Finaliza sus dos años obligatorios de Pre-Escolar (que aún no logro determinar si es demasiado tiempo, porque, en algunos casos, como el de nuestro hijo, comienza la primera clase con casi siete años). Dos años pasaron de aquella primera mañana en que, de la mano, dió sus primeros pasos a su pequeña gran independencia. Una mañana donde no solo nosotros y su abuela lo acompañaban, sino que también le sujetaban la mano dudas, incertidumbres, miedos, angustia mezcladas con ansiedad, felicidad, exitación. Vamos, que una revolución sentimental en grado mayor para un cuerpito tan pequeño.

Principio de Jardin, así de pequeño.

En retrospectiva

verlo tan pequeño, tan tímido, tan indefenso, hacen que quiera volver el tiempo atrás, abrazarlo fuerte y susurrarle al oído: Matteo, todo irá bien, aquí conocerás a tus futuros amigos, con quienes compartirás tantas mañanas de juegos, experimentos, paseos. Creo que se lo dije, pero seguramente fueron palabras abstractas. Palabras que, en ese momento, ni siquiera yo sabía si realmente se cumplirían.

Los primeros meses

no fueron fáciles. Le costo abrirse a «nenes» desconocidos, nació su pequeña hermana. Tuvo la suerte de contar con un apoyo incondicional de sus maestras y su equipo. Medio año más tarde, ya iba y volvía solo del jardín, invitaba niños a jugar a casa, lo invitaban a los cumpleaños (y se quedaba solo en ellos). El gran salto lo dió en el segundo año de jardín. Creó su propia indepencia, su grupo de amigos, comenzó sus clases de fútbol. La velocidad con la que maduran y se adaptan a nueva situaciones los niños es impresionante. Lo mucho que logran en tan poco tiempo es remarcable.

No me gustan los finales

ni tristes, ni felices (los hay?). Despiertan mis sentimientos más nostálgicos, de los que me debo empapar para poder aceptar el cambio y dar el próximo paso. Matteo es muy parecido en esto. Por dentro está viviendo una revolución sentimental muy fuerte. Me doy cuenta en sus cambios de humor, sus preguntas, sus ansias y sus miedos. «Calma, hijo, que los cambios traen crecimiento, madurez y experienias nuevas». Mañana es tu último día en ese jardín tan bonito que te acojió durante todos estos meses. Es tiempo de decir Adiós, de alegrarse por todo lo que te espera pero también es tiempo de agradecer por tanto. Tanto amor recibido, tanto conocimiento impartido, tantas experiencias vividas.

Fin de su primer año

Tantos recuerdos

que guardaremos en un baúl con candado, para atesorarlos de por vida. Recuerdos tangibles (que nos trae a diario desde hace una semana), recuerdos hechos a mano, y también recuerdos intangibles, que quedan en nuestra mente, en algunas fotos y videos de momentos mágicos. Canciones aprendidas, amigos nuevos, maestras innolvidables, excursiones, recetas y muchos juegos.

Fin de año, fin del jardín.

Pero por sobre todo, hijo, admiro tu desarrollo, tu madurez, tu manera de hacer las cosas a tu modo y solo. Cuánto camino recorrido en estos dos años, hijo mío. No se puede estar más orgullosa.