Me encantaría pertenecer a las personas que en vísperas de navidad decoran la casa entera con motivos navideños, llevan pulóveres de renos, papa Noel y hornean galletitas por centenas. Puedo adjudicarlo a mi falta de empatía por dichas prendas o mi poco talento en la cocina. Pero la falta de interés en la decoración es un enigma. Como sabrán, es uno de mis hobbies preferidos. Por lo tanto, supongo que tal desinterés debe remontarse a mi infancia, mi país y mis orígenes. En tema espíritu navideño, los europeos y norteamericanos son imbatibles. Supongo que el clima ayuda. El frío, la nieve, luces, velas, vino caliente y estar dentro de casa, calentitos. Todo esto, totalmente innecesario, por nuestras latitudes.

A pesar de ello, en casa, no privo a mis hijos de hacer galletas, de decorar el pinito, y tener sus pijamas navideños. Admiro a mis amigas, que decoran la casa puesta de pies a cabeza con estilo festivo. Dan ganas de quedarse. Sin embargo, no nacen en mi las ganas de tenerlo así.

Yo soy más de las que hacen tarjetas para enviar, calendarios con fotos para los abuelos, me encargo de comprar los regalos para todo el mundo. Hasta hace dos años, un verdadero desafío, porque después de tantos años regalando a mis suegros (quienes todo lo tienen), me había quedado sin ideas. Para simplificar el estrés que supone la búsqueda de regalos para todos, hace un tiempo que decidimos que entre los adultos jugamos al amigo invisible y de esta manera resolvemos un tema tan tedioso. Las reglas son simples, a los niños se les regala y el precio del obsequio debe ser aproximadamente como lo eran los regalos de los años anteriores.

En lo personal, celebrar la Navidad en invierno (y de manera tan diferente) fue un reto importante en mis primeros años como extranjera en Europa. Hoy, no sabría decir, si las prefiero con calor (y léase mucho) o con frío (pero sin nieve, ya que nunca tuve esa suerte). Sí estoy convencida que la Navidad con la mesa llena lo vale todo. Si, extraño esas mesas en el patio, con la familia reunida, con los abuelos (y personas) que ya no están. Pero la mesa de hoy tiene a dos de mis integrantes preferidos, que digo, mis dos integrantes preferidos.
Pero hoy también vivo la Navidad a través de los ojos de mis hijos. Esa chispa que brilla durante toda la noche, esa ilusión y esa inocencia. Hace años que haberme convertido en Papa Noel (o niño Jesús, como es aquí) es una de mis tareas preferidas. No porque me vaya a disfrazar, sino que poder sorprenderlos llena mi corazón. Poder tener la dicha de compartirlo este año con mis hermanas y mi papá, que viajaron desde Argentina para pasarla juntos, tiene ese plus tan especial.


Creo de suma importancia enseñarles a nuestros hijos el verdadero significado de la Navidad, el valor de la familia y de los amigos, y que mejor momento para hacerlo que este, donde las familias se reúnen, se reencuentran.
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