Dar el primer paso a un viaje sin niños no es tarea fácil. O al menos, no lo fue para mí.
Tuvieron que pasar muchos años
Hasta que me animé a subirme a un avión sola. De hecho, la primera vez fui casi obligada, por trabajo. A Estocolmo, 48 horas. Aún recuerdo lo dura que fue la despedida de Matteo en el aeropuerto. Muchas lagrimas de por medio, ESE MIEDO aterrador que nos invade. Ese miedo a lo que pueda suceder. Mejor no pensar, nos decimos. Esa fue mi primera experiencia (sin contar la vez que me fui por una noche, en coche, a Francia con un amiga. Matteo tenía 18 meses y a mi regreso me ignoró por un día entero) No fueron, lo que digamos, experiencias del todo positivas.
Pero había llegado el momento
Fue hace unos meses, en Enero para ser explicita. Mi amiga se había mudado a Londres y estaba embarazada. Quería verla en ese estado, no quería perdérmelo. Pero no me animaba, daba muchas vueltas. Primero iba a ir en Noviembre, después en Diciembre. Estábamos en Enero y yo no me había movido de Suiza. Un día, Mitja, probablemente cansado de mis vueltas y de las veces que, supuestamente, había estado a punto de comprar el pasaje, me dijo: No dejes pasar más el tiempo, te conozco y después vas a terminar lamentándolo. Y, sí, eran exactamente las palabras que necesitaba escuchar. Normalmente no actuó bajo presión, ni tampoco necesito que me den ultimátums para hacer algo, pero en este caso sí.
Miedo ¿a qué?
Me reconozco como una persona racional, madura, adulta, con conocimientos de la industria de aviación (trabajé muchos años en diferentes aerolíneas) también como una viajera apasionada, con muchísimas millas voladas. Sin embargo, la idea de subirme a un avión sin mis hijos me paralizaba. Y si sucede algo y mis hijos crecerán sin su mamá (si, lo sé, no somos imprescindibles, pero las mamás que me están leyendo seguramente me darán la razón, el pensar en que nuestros hijos no crezcan a nuestro lado es la peor pesadilla que podemos tener las madres). Sí, lo sé, lo mismo puede suceder al subirnos a un coche o al tren. Estadísticamente, es más probable que pase algo en cualquier medio de transporte antes que en un avión. Pero ¿a quién le importan las estadísticas cuando se tiene miedo?
Viajar en avión nos hace vulnerables
Es dejar en manos de un extraño tu vida. Es un pensamiento muy fuerte, del cual no somos conscientes: otra persona toma, por una razón de 50 min o 13 horas, el mando tu vida, toma decisiones por vos; quedando uno relegado al plano de espectador.
En mi caso, la rutina, el stress de las corridas antes y después del trabajo, la necesidad de reencontrarme conmigo misma, con la Ana Laura mujer y las ganas de ver a mi amiga, fueron, en esta ocasión más fuertes y más grandes que el miedo mismo. Pero también, la idea me rondaba hace mucho por la cabeza. La fui trabajando, elaborando, pensando. Hasta que maduró (o maduré yo) y me animé a dar el primer paso.

Lo valió a cada instante
Inclusivos los nervios de la noche anterior, la espera en el aeropuerto y la hora de vuelo que separan a Zurich de Londres. Fue una experiencia muy positiva (incluidas las 9 horas dormidas sin interrupciones, es decir, pude dormir a pierna tendida una noche entera!). Fue un reencuentro necesario con la Ana Laura mujer. Fue volver a ENCONTRAR tiempo para mí misma, tiempo para la amistad. Fue volver a tener una charla de adulta ininterrumpidamente, fue pasar dos días sin horarios. Pero también me sirvió para darme cuenta que, a pesar de Matteo enfermó el sábado por la noche, pude dormir. Y, aún más importante, pude disfrutar de mis 46 horas en Londres, despreocupadamente. Matteo estaba en las mejores manos que podía estar (otro aprendizaje) y yo estaba donde quería estar (aceptar lo que no se puede cambiar es imprescindible para poder aprender a disfrutar de las oportunidades que nos da la vida).
Y como quien no quiere la cosa
Me propuse viajar al menos una vez al año, aunque sean solo dos días, sola. O acompañada de una amiga. O a visitar a alguna amiga expatriada. O ir a un viaje de compras. O a un mercado de Navidad. O encontrarme con mis hermanas en algún lugar. O o O.
Viajar es liberador, es sano, es necesario. Es una de las cosas que más disfrutaba antes de ser mamá. Algo que llevaba ya relegado muchos años (más de cinco) y que vuelvo a retomar.
Ustedes ¿ya se animaron a volver a viajar solas?