Mis hijos son física y emocionalmente polos opuestos. No pueden ser más diferentes. Ni más parecidos. No voy a nombrar ni sus diferencias ni sus similitudes por el simple hecho de que:
1) no viene al caso
2) estaría haciendo exactamente aquello que tanto me molesta: las comparaciones entre hermanos.

Desde que soy madre de dos niños, me doy cuenta de la necesidad que tenemos los seres humanos de hacer comparaciones constantemente, especialmente entre hermanos. Es un tema del cual estoy pendiente y que me ha ocasionado algún que otro disgusto en este último tiempo. Quizás por esa razón hoy me levanté decidida a escribir al respecto.
Recuerdo que en el cole
mi hermana Florencia, la más pequeña, odiaba que le toquen los mismos profesores que habíamos tenido nosotras (mi hermana mediana y yo) años anteriores porque significaba que vendrían acompañados de comentarios y prejuicios unidos a una comparación. Comparaciones al azar, comparaciones adredes, comparaciones insignificantes, comparaciones en fin. El resultado era siempre el mismo, decepción, desmotivación, frustración. Quiero suponer que la mayoría de esas comparaciónes fueron emitidas sin ningún prejuicio, sin ninguna mala intención, sin reflexión. Pero el daño, estaba hecho.

Recuerdo también mi primer clase de Educación Cívica en tercer año cuando mi profesora (con quien mantengo una de las amistades más bonitas en tiempo y distancia, a pesar de la diferencia de edad que existe entre nosotras) nos dijo: El Hombre es ÚNICO e IRREPETIBLE. Somos unicos e irrepetibles. Entonces si lo somos, y lo sabemos (lo cual es peor aún), ¿porqué nos empecinamos en comparar (nos)? Supongo (o al menos quiero suponer) que son inseguridades propias, temores propios y la necesidad de reafirmación sobre algún aspecto. Pero que son totalmente redundantes, superfluos. Que no suman, que no sirven.
Comentarios del tipo:
Mirá que bien baila tu amiga, ¿porqué no lo intentas vos también?
Mirá Juan, que bien dibuja Manuel.
Que bien lo hace tu amigo, ¿porqué no aprendes de él?
Los niños de tu edad ya pueden bucear, ¿vos no?
Tu hermana a tu edad ya lo hacía.
Qué lastima que no sacaste la simpatía de tu abuela, ni la de tu tía.
O peor aún:
Tenés el cuerpo de la familia de tu madre, tanta cadera, tan poco pecho.
Esos rasgos dicen mucho de tu origen y tu mezcla.
Puedo citar miles de ejemplos
los escucho a diario, y como a la mayoría de ustedes, los viví y padecí en carne propia. Sé de sus estragos, de su daño y sus heridas. Pero cuando se trata de mis hijos, entonces, soy una leona. Se asoman mis dientes, mis garras y mi melena. Y no saben de que manera.
Seguramente a más de una al leer estos ejemplos se vieron reflejadas, por haber sido las emisoras o receptoras de ellos. También yo, me escuché diciendo varias de dichas frases. Y estoy avergonzada.
No existen dos Anas en el mundo, ni existirán. Ni hay dos Malenas, ni dos Matteos, ni dos Mitjas, ni dos Cecilias, ni dos Florencias. Somos diferentes, a todos. Somos únicos, como nadie.
Compararnos y generalizar es un absurdo. Dejemos de hacerlo. No somos consciente del daño que le ocasionamos a nuestros pequeños, que no están emocionalmente maduros para comprender y aceptar las comparaciones. Ellos son incapaces de gestionarlas, decodificarlas. Y, si alguien intenta de este modo lograr algo, les comento que son totalmente contraproducentes.
Hagamos el intento, se puede. Dejémoslas de lado!
Que lindo y cuánta verdad en tus palabras!!
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